ARTÍCULO PUBLICADO EN NOVIEMBRE
DE 1992 en el número 2 de BAM, revista de información cultural de la Asociación
de Amigos del Museo de Salamanca.
DOMINGO EN IRUEÑA
Nicolás Benet
La sección de Arqueología de BAM
ofrece en esta ocasión un documento inédito hasta la fecha sobre los inicios de
la actividad arqueológica en la provincia, tan sólo conocido por aquellos
esporádicos visitantes del castro de Irueña (Fuenteguinaldo) que, por interés
profesional o simple curiosidad, se han puesto allí en contacto con D. Domingo
Sánchez, sobrino y tocayo del eminente científico que, en los años 30, despertó
las investigaciones de campo en los castros de la provincia.
D. Domingo Sánchez —sobrino— nos
ha permitido sacar copias fotográficas —es obligado manifestar por ello nuestro
profundo agradecimiento— de los anáglifos que conserva de las dos campañas
dirigidas por su tío en 1933 y 1934. Se trata de placas estereoscópicas que,
tomadas y vistas a través de un verascopio, obtienen una imagen tridimensional
superponiendo dos planos de un mismo objeto. D. Domingo guarda todavía el
verascopio, cámara y visor, verdaderas piezas de museo, y diversos recuerdos
del científico como condecoraciones, fotografías y un relato autobiográfico.
Las fotografías que publica BAM,
reproducidas por Santiago Santos, muestran los interesantes restos que D.
Domingo exhumó en las zonas “La Calle” y “La Mesa”, en el curso de unas
excavaciones que, dotadas con una subvención anual de 10.000 pesetas (¡Ya las
quisiéramos actualizadas, esas cantidades, hoy día!), llevaba a cabo con cuatro
o cinco peones —entre ellos su sobrino—, desplazándose diariamente a caballo
desde el pueblo —en aquellas fechas contaba 73 años—.
Las imágenes presentan
probablemente un poblado tardorromano o altomedieval, en el que se reutilizan
elementos arquitectónicos muy notables —basas, fustes, cornisas— de lo que
previamente pudo ser un destacable edificio romano, quizá de época imperial. El
castro de Irueña, mencionado como Oronia en un privilegio de donación a la
catedral y Obispo de Ciudad Rodrigo por Fernando II en 1168, cobra así
singularidad entre los poblados fortificados prerromanos de la provincia:
carece de frisos de piedras hincadas, muestra una notable riqueza
arquitectónica, se encuentra con gran probabilidad dotado de infraestructura
hidráulica —se ha documentado recientemente la existencia de una presa aguas
arriba del yacimiento, obra que acaso es evocada en un romance popular que
narra la condición impuesta por una princesa al moro para contraer matrimonio,
de llevar el agua hasta palacio—, y por su extensión, próxima a las 12 Ha.,
sólo superada en la provincia por la de Salmantica.
El castro no se ha visto
interesado por actuaciones posteriores y es hoy un denso bosque donde sólo se
perciben tramos puntuales del recinto amurallado, las estructuras descubiertas
en aquellas excavaciones, muy deterioradas, y el impresionante verraco de
granito, dinamitado en los años 30 —D. Domingo y su equipo conocieron a los
artífices de tan notable hazaña— con el fin de extraer el “tesoro” de su
vientre. Todo ello oculto e invadido por una copiosa vegetación que pone en
evidencia su abandono, dulce sueño sólo interrumpido, eso sí bruscamente, por
las frecuentes visitas de excavadores clandestinos.
Excavación I, “La Calle”. La
presencia de piezas romanas reutilizadas es patente, mientras que los elementos
funerarios pueden ser adscritos a época tardorromana o altomedieval. La última,
D. Domingo, posando sobre la muralla.
D. Domingo Sánchez, director de
las excavaciones, fue persona de versátil y profunda dedicación a la tarea
científica, y además testigo de importantes acontecimientos históricos.
Nacido en 1860 en Fuenteguinaldo
en el seno de una familia de modestos labradores, estudia en el seminario de
San Cayetano de Ciudad Rodrigo y termina el bachillerato en el Instituto de
Ávila. Licenciado en la Facultad de Ciencias de Madrid en 1885, consigue ese
mismo año plaza como auxiliar zoológico en Filipinas, embarcándose
inmediatamente. Permanece en el Archipiélago —excepto dos breves regresos—
hasta 1899, cuando es repatriado tras vivir activamente el sitio de Manila como
voluntario. En Filipinas se dedica a la recogida de ejemplares zoológicos,
despertándose en él afición por la Antropología y la Medicina, carrera esta
última que inicia allí y termina ya de vuelta en Madrid. Fruto de su estancia
en aquellas tierras son importantes colecciones de los Museos de Ciencias
Naturales y Etnológico de Madrid. Es conservador de ambos centros, se doctora
en Medicina y en 1912 entra en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas de
D. Santiago Ramón y Cajal, de quien es ayudante y amigo hasta su fallecimiento
(1934). En 1921 participa con D. Manuel Antón y D. Francisco de Barras en la
fundación de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, de la cual es secretario entre 1927 y 1934, y en cuyo seno
contacta con arqueólogos de la época, como Cabré o Morán que, sin duda, le impulsaron
a investigar Irueña. Sufre durante toda la Guerra Civil el asedio de Madrid,
donde residirá hasta su muerte, acaecida en enero de 1947. Cualificado
especialista en análisis microscópicos de invertebrados y, en especial, en el
sistema nervioso de los lepidópteros, rinde a la arqueología un pequeño
homenaje con sus excavaciones.
Excavación II, “La Mesa”.
Obsérvese la reutilización de las piezas arquitectónicas, así como su calidad y
densidad, muy fuera de lo común.
La villa de Fuenteguinaldo le
dedica una lápida honorífica en la que fue su mansión y, no en vano, ha de
mostrarse orgullosa tanto por ser su cuna como por poseer tan notable
patrimonio.
Nicolás Benet.